lunes, 12 de marzo de 2018

Feminismo de género (Archipiélago Orwell)

Por Carlos Serra. 

El Mundo, 12 de marzo de 2018


    La denominada Ley de violencia de género de 2004 otorga presunción de veracidad a la mujer que denuncia malos tratos, mientras que al hombre que es acusado de ese delito se le concede presunción de culpabilidad. Esto significa que la mujer puede acusar sin pruebas y conseguir automáticamente la detención del varón acusado. Por el contrario, las denuncias de varones a mujeres por idéntico delito suelen archivarse o demorarse indefinidamente en el limbo administrativo. La custodia de los hijos menores de 7 años se concede automáticamente a la madre. En caso de hijos menores de 3 años, el régimen de visitas para el padre no incluye la pernocta. En las penas por violencia de género se elimina el tercer grado sólo para los hombres. La tipificación de delito por violencia de género ejercida por el varón se convierte en falta cuando quien ejerce violencia es la mujer, lo que implica cárcel sólo en el primer caso. En las sentencias por idénticos delitos penales, los hombres cumplen el doble de condena. Ante un Tribunal especial para la violencia de género, el varón acusado tendrá que invertir la carga de la prueba, es decir, demostrar que es inocente, mientras que, en la circunstancia inversa, corresponderá al varón demostrar la culpabilidad de la mujer a la que acusa.

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        Según el CGPJ, desde 2004 más de un millón de denuncias por maltrato a mujeres fueron sobreseídas, cuando no consideradas simulación de delito.     Las estadísticas de mujeres asesinadas por hombres son de dominio público mientras que las muertes de varones a manos de mujeres se ocultan desde 2011.       Las políticas de género asumen como científica la maldad intrínseca del varón y recurren al arma de la discriminación positiva para proteger a la mujer del hombre (maltratador genético de pulsiones homicidas), ignorando estudios como el informe Fiebert (1997-2005) que concluye que las mujeres son tan agresivas o más que los varones en sus relaciones de pareja, e infringen más violencia física sobre sus hijos.    El manifiesto del 8M utiliza la retórica de la lucha de clases, llevada a la entrepierna, para criminalizar ontológicamente a todos los hombres y degradar a todas las mujeres a la condición de esclavas, pero no dedica una sola palabra a las 20.000 mujeres que, bajo la ley islámica, son condenadas a morir cada año por cometer adulterio (es decir, por haber sido brutalmente violadas), ni menciona a las más de ciento veinte mil niñas que sufren cada año la mutilación genital en más de 50 países (algunos integrados en la Unión Europea): la talla 38 me aprieta el chocho o yo no salí de tu costilla, tú saliste de mi coño, parecen ser las prioridades de este nuevo/trasnochado totalitarismo de moda.