El Mundo, 25 de junio de 2018
La
escuela no es una institución democrática ni debe serlo.
En primer lugar, para que haya
democracia deben existir individuos, reducidos por nuestro sistema
educativo a masa colectiva victimizada. En segundo lugar, deben
existir responsabilidades, travestidas por la legislación educativa
en inmunidades hedonistas. En tercer lugar, es decisivo un
escrupuloso respeto por la ley, relativizado por los “educadores”
y sometido al vertedero semántico de la corrección política. En
cuarto lugar, es imprescindible una buena formación, incompatible
con el analfabetizador paraíso igualitario que ha logrado la
progrez, responsable de nuestra pornográfica legislación educativa.
En quinto lugar, se requiere libertad, diluida ahora en automatismos
de corte totalitario (creencia en el derecho a decidir por los demás,
a suplantar a los jueces, a aprobar por decreto, a recibir becas sin
esfuerzo, a derechos especiales en función de lo que albergue la
entrepierna...).
Democratizar la escuela es una
de las expresiones más repetidas a lo largo del siniestro articulado
de la LOGSE-LOE-LOMCE y no significa otra cosa que la destrucción de
la enseñanza entendida como instrumento de emancipación frente a la
sociedad de los privilegios, aniquilación perpetrada bajo pátina
democrática y generosa financiación de las huestes power-point,
onerosos maestros de la ruinosa escuela pública que llevan a sus
hijos a escuelas concertadas, cuando no privadas, pero defensores de
una escuela pública de calidad para los hijos de los demás.
Y vamos con la trampa verbal.
Democratizar la escuela no significa, en este contexto, abrir la
escuela al pueblo, sino condenar al pueblo a la escuela, a no salir
nunca de su tutela. ¿Recuerdan alguna manifestación para protestar
porque los niños no escriben ni leen correctamente, tal y como
advierten todos los indicadores internacionales, a pesar de haber
pasado por la escolarización obligatoria más larga del mundo?
Al prohibir el fracaso y
eliminar la frustración, la escuela democrática se ve obligada a
emprender batallas ideológicas a diario para distraer la atención
de la sangría social que ha generado, encubriendo los vejatorios
resultados académicos bajo eslóganes de igualdad, pacifismo,
ecologismo, feminismo, convivencia, libertad de expresión, etcétera,
vivencias virtuales del paraíso utópico diseñado por aquellos que
tuvieron la oportunidad de librar a sus hijos de sus efectos.
La verdadera escuela no es
democrática sino que prepara para la democracia. La escuela
democrática prepara para la servidumbre.