Doctor en Filosofía per la Universidad de Salamanca. Professor a la UIB
18 05 2017
Escribía hace años Jordi Llovet un precioso Adiós a la Universidad, no sólo ante su inminente jubilación, sino como despedida ante un mundo que ya había perdido su aura definitivamente. Entre biográfico y filosófico, cercano a la orteguiana Misión de la Universidad en algunos pasajes, Llovet nos dejaba un sabor agridulce a los nuevos profesores que tratamos de hacernos un hueco en la institución. Por una parte, un lenguaje cuidadísimo, por otra, un futuro negro. Con lo primero no puedo competir, sin embargo, debo confesar que no hay lugar para un excesivo optimismo aunque sólo sea para tratar en estas páginas ciertas «superficialidades» a los ojos de algunos que otros creemos muy serias ¿seremos románticos irredentos?
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Nueve de la mañana, Su Señoría cruza las puertas del juzgado. Todos le saludan. El tratamiento, en el peor de los casos, de usted. Llega a su despacho, vistilla; letrados y demás personal del juzgado indefectiblemente «Su Señoría». Vista oral: toga y puñetas, estrado ¡y eso que la justicia va lenta y casi nadie cree en ella! Letrados: «Con la venia Su Señoría…» Juez: «El señor letrado….» o «El ministerio fiscal tiene la palabra». El Letrado de la Administración de Justicia –de toda la vida Secretario judicial- redacta al dictado el auto y finaliza dando fe de las palabras, nuevamente, de «S.Sª» y así debe ser. Lo mismo juez que letrado comparecen revestidos de toga que, como dice el Estatuto de la Abogacía en su artículo 57. 1 « Los Abogados intervendrán ante los juzgados y tribunales de cualquier jurisdicción sentados en el estrado al mismo nivel en que se halle instalado el órgano jurisdiccional ante el que actúen y vistiendo toga, adecuando su indumentaria a la dignidad de su función.» Las últimas palabras son especialmente significativas: la indumentaria se adecua a la dignidad de su función. Imagínese la estampa de un profesor con pantalones cortos, sandalias y camiseta revestido de toga el día de la ¿solemne? Apertura de curso. ¿No lo ven? Les aseguro que quien estas líneas escribe lo ha visto, como examinar con la misma indumentaria aunque ya sin toga o pasearse en traje de baños por la facultad. Está claro que profesor es cualquiera.
Continuemos con las profesiones de prestigio. Los médicos, doctores sin título de doctor las más de las veces, galenos siempre y matasanos a veces, usan bata blanca aunque sean psiquiatras que no verán una sola gota de sangre y se pasean con la estola-fonendoscopio aunque los desalmados huesos de sus pacientes traumatológicos no emitan sonidos tan sutiles como los pacientes cardíacos o pneumatológicos. Un buen semi-dios, ante todo, debe guardar las apariencias. Entras en urgencias, te atienden los enfermeros que, recordemos, ahora ya pueden optar al grado de Doctor en enfermería, aunque nadie les llamará «doctor», después de realizar su trabajo, oyes indefectiblemente: «ahora vendrá el doctor». Te llaman de administración para comunicarte que se ha cancelado la cita con el Doctor o la Doctora X, y así. No hay nada como un buen tratamiento, ya sea letrado, señoría o doctor para ser alguien y ser tomado en serio. ¿Y es poca cosa eso de que le tomen a uno en serio?
Volvamos a la facultad donde algunos profesores van en bañador y sandalias con calcetines deportivos, donde el último auxiliar administrativo de un hipotético servicio de relaciones internacionales cuelga el teléfono abruptamente ante los requerimientos de un profesor, donde el becario de la biblioteca pasea descalzo o donde las comunicaciones dirigidas al profesorado –en su mayoría con un doctorado sacado con no poco sudor- van encabezadas con un escueto«Sr.» la misma donde mandan más los alumnos y los administrativos que los profesores. ¿Se imaginan lo mismo en un hospital?, ¿en un juzgado?, ¿en una notaría? Y eso que tenemos a nuestro cargo la educación de todos esos futuros profesionales. ¿Alguien pretende que un colectivo con semejante aspecto sea tomado mínimamente en serio? No es que se le deba tomar en serio, es que ni nosotros mismos nos creemos que merezcamos tal seriedad. El hábito no hace al monje, pero el hacerse monje y el ser reconocido como tal empieza por ponerse el hábito.