domingo, 22 de diciembre de 2019

El miedo a que Vox visite los colegios públicos

Ramón Aguiló Obrador

El Mundo, 22 de diciembre de 2019



¿Qué temen los docentes, Més y los padres que han decidido no llevar a sus hijos al colegio el día de las amenazantes visitas de Vox?
     No está de mal recordar de vez en cuando que el inefable José Ramón Bauzá y el PP perdieron hace unos años las elecciones y su dichosa mayoría absoluta en el colegio, cuando osaron implantar un homérico plan de estudios que, en esencia, reducía las horas de catalán para combinarlas y repartirlas con las de inglés y castellano hasta convertir la entera enseñanza en una apoteosis trilingüe. No fueron tanto las malas maneras ni la absoluta incompetencia de los diversos y esperpénticos consejeros de educación del momento los que llevaron a la debacle del alférez de Marratxí, sino la movilización de un poderoso colectivo, el educativo, que supo convertir a la perfección la osadía popular en un ataque frontal a la identidad mallorquina y, por ende, catalana.
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      Los mismos que en sus perfiles de las redes sociales, en sus otoñales carnets y en sus más jactanciosos sueños se llaman a sí mismos cosmopolitas, progresistas, europeos y defensores acérrimos del multiculturalismo y el mestizaje, salieron en masa a la calle para impedir que nadie se atreviera, ni por un instante, a rebajar las horas de catalán en los colegios y poner en duda la supremacía de una lengua y su correspondiente ideología. Es decir, salieron a la calle a defender sus privilegios, por los que han luchado durante años gracias a sindicatos y agrupaciones escolares nacionalistas que, pese a los estudios académicos y científicos que demuestran lo contrario (qué sorpresa), siguen perjurando que la calidad de una educación viene determinada por la lengua en que se articula. En este caso, el catalán, elevado a requisito indispensable y moral para ser un buen estudiante.
      Nada importa que nuestros alumnos hayan ido galopando de fracaso escolar en fracaso escolar como jinetes desbocados, ocupando las últimas plazas en los rankings de excelencia española y europea. Nada han importado nunca los hechos, sino ese infatigable mantra que se ha impuesto entre nosotros como mágico elixir contra todos las dolencias de nuestra paupérrima pedagogía: el catalán es la garantía del éxito.
      Hace dos días Joan Mas, diputado y portavoz de educación de Més, lo reafirmaba en el Parlament sin rubor alguno: «La escuela pública y en catalán es un modelo de éxito que garantiza la cohesión social». Mas, a diferencia de lo que pudiera parecer, no es ningún cínico. Conoce las cifras, conoces los datos y sabe de sobra que la mayoría de nuestros alumnos acabará en el paro o en el trapicheo. El modelo de éxito que Mas exalta es otro, más peculiar, más sibilino: para el partido ecosoberanista, que una educación sea exitosa significa que ha podido crear una conciencia nacional de país. De un país monolingüe y con un definido territorio que, por supuesto, no es el español, sino el de los quiméricos Països Catalans.
      Teniendo en cuenta ese cúmulo de certezas de las que presume la caverna nacionalista, es gratamente asombroso comprobar el pavor que les ha provocado a tanto dulce ilustrado que Vox solicitara de manera totalmente legal la visita de tres de sus diputados autonómicos a 52 colegios e institutos de Baleares. Més lo ha tildado directamente de «perversión»; estas visitas son interpretadas como «una actitud inquisidora y controladora». Miquel Ensenyat afirmaba que «no podemos normalizar un hecho intolerable», aunque dejaba al aire cómo no lo van a tolerar desde Més si la ley lo permite. Pero bueno, saltarse la ley nunca fue un serio escollo para el nacionalismo.
      El hecho es que, según parece ahora, la Conselleria de Educación ha moldeado arbitrariamente las normas para que dichas visitas tengan lugar fuera del horario lectivo. Y por tanto, sean inocuas en su objetivo, sea el que sea. Ante tanto recelo cabe preguntarse: ¿qué temen exactamente los docentes, Més y los padres que han decidido no llevar a sus hijos al colegio el día de esas pérfidas y amenazantes visitas? ¿Dónde ha ido a parar su orgullo, su soberanía, su profesionalidad, su más absoluta confianza en el modelo de éxito que garantiza la cohesión social? ¿Por qué aquellos que se ufanan de ser los campeones de la transparencia y el diálogo se cierran en banda de esta manera sin que la transparencia o el diálogo tengan una mínima oportunidad?
      Además, se da la siguiente curiosa paradoja: una comunidad educativa que ha invitado a dar charlas en sus colegios a un condenado por enaltecer el terrorismo, amenazar de muerte y calumniar como Valtonyc, se siente ahora literalmente «provocada» ante la visita de quien fue objeto de esas amenazas de muerte, Jorge Campos, dirigente de Vox. Aunque, bien mirado, tal vez no sea una paradoja, sino más bien todo lo contrario: otro acto más de coherencia de una comunidad educativa que sabe que la cohesión social empieza siempre con entender, de una vez por todas y desde que lo permitan las jóvenes entrañas, quién es el enemigo.