El Mundo/El Día de Baleares, 23 de abril de 2017
Algunas personas viven, todavía, bajo el síndrome de ‘Matrix’. ¿Se
acuerdan? Matrix es una trilogía de películas de ciencia ficción escritas y dirigidas
por los Hermanos Wachowski. The Matrix, (1999), The Matrix Reloaded (2003),
y The Matrix revolutions (2003). Pero lo que quiero destacar es el
calificativo de ‘ciencia ficción’ que algunos aplican a Matrix.
¿Qué
es ‘ciencia ficción’? Una definición nos la
da Wikipedia. Es un género
especulativo que relata acontecimientos posibles desarrollados en un marco
puramente imaginario, cuya verosimilitud se fundamenta narrativamente en los
campos de las ciencias físicas, naturales y sociales.
Sin
embargo, podríamos discutir que se trate
de una película de ciencia ficción. Podríamos sugerir que se trata de una
película política. ¿Por qué una película política?
Una
idea central de Matrix es que vivimos en un mundo ilusorio. Un mundo que no es
real. ¿De qué mundo se trata? Del mundo occidental capitalista. Este mundo
ilusorio engaña a nuestro cerebro mediante complejas y sofisticadas máquinas y
nos hace creer que actuamos e interactuamos con objetos físicos. Sin embargo,
la película va más allá de este complejísimo y supuesto engaño.
Para
ver que es así, atendamos al origen de las ideas centrales de la película. Tenemos
que acudir a Jean Baudrillard y a su maestro Guy Debord. ¿Quién es Baudrillard?
Empecemos
por una de sus ideas más conocidas. En el mundo posmoderno no hay
realidad, sino simulacro de la realidad, una especie de realidad
virtual creada por los medios de comunicación. De ahí que las necesidades que
creemos tener sean ilusorias. Simplemente, estas supuestas necesidades
satisfacen la lógica del sistema. ¿Qué sistema? El capitalista occidental. Estas
y otras ideas aparecen en la obra de Baudrillard, de 1970, ‘La sociedad de
consumo’.
Antes
de seguir por este proceloso camino digamos algo de la ‘posmodernidad’. Se
supone que en la modernidad sí había realidad, pero ya no la hay en la
posmodernidad. ¿Qué ha pasado? El mundo de la modernidad nos había prometido
una sociedad gobernada por la racionalidad y la autonomía, pero ha fracasado.
Los ideales ilustrados han fracasado. Porque su herencia ha sido la técnica-
que todo lo invade- y el liberalismo económico. Esta herencia sería lo peor que
usted pueda imaginar.
¿Por
qué? Porque la modernidad nos había prometido la liberación humana y nos han
dado la esclavitud del cuerpo y del alma. O sea, la sociedad actual. Yo me
pregunto, de paso, ¿a qué vienen tantos inmigrantes si esto es un infierno?
¡Hay que avisarles!
Además
de la técnica y el neoliberalismo que nos invade, las ideas de la Ilustración
nos han traído la disciplina. Que es incluso peor que lo otro. Resulta que a
nuestros retoños pretenden inculcarles disciplina en las escuelas. ¡Gravísimo
error! Lo que en realidad pretenden estos malvados es hacer individuos
estandarizados y obedientes que puedan maximizar sus capacidades productivas en
beneficio del sistema. Si me sigue hasta aquí, le advierto que va en serio.
Todo
este horrible mundo moderno disciplinario- expuesto por Michel Foucault,
(1926/1980), entre otros, en su conocida obra ‘Vigilar y castigar’, daría paso
a una sociedad posmoderna que ya no sería una sociedad disciplinaria sino
post-disciplinaria. En este paso habría tenido destacada importancia el
fenómeno de la moda, exaltando lo efímero frente a lo perdurable y
disciplinario. Pasamos, pues, de una sociedad tradicional y disciplinaria a
otra superficial y efímera.
La
sociedad posmoderna va de la mano de la liberación de las tradiciones. Algo que
nos muestra Gilles Lipovesky en su obra ‘La era del vacío’. Sí, no se hagan
ilusiones, estamos instalados en la era del vacío. Y el que mejor representa
esta era es ‘Narciso’- como dice Lipovesky-. O sea, un sujeto hedonista,
adaptable, que vive el presente y no sometido a las tradiciones. Pero la
historia no termina bien, porque no nos conduce a la auténtica liberación sino
a una nueva forma de dependencia. Era de temer.
Recapitulemos.
Matrix, basado-directa o indirectamente- en ideas de Jean Baudrillard y de su
maestro Guy Debord, marxista radical y autor de ‘La sociedad del espectáculo’,
nos muestra que vivimos en un mundo que no es real. ¿Y eso?
Porque
el capitalismo consumista devalúa y prostituye todas las experiencias humanas
auténticas. Todo se convierte en mercancía. Pero la mercancía se vende por
medio de la publicidad y los medios de comunicación. De ahí, ‘La sociedad del
espectáculo’. Todo es espectáculo gobernado por la lógica interna del malvado
capitalismo y sus necesidades de reproducción.
¡Con
lo felices que seríamos todos viviendo en Cuba!
De
ahí que nuestra obligación moral y política sea ‘desenchufar a las personas’ de
este mundo monstruoso. O sea, liberarlas del mundo del espectáculo en el que vivimos.
Solamente los enemigos y los gilipollas son los que quieren seguir malviviendo en
esta patética sociedad capitalista. Los buenos son los que se rebelan contra
esta gran mentira y se desenchufan, o se dejan desenchufar. Es decir, toman la
píldora roja que nos conducirá a la verdad verdadera. Por el contrario, la
píldora azul nos mantiene en la esclavitud de la sociedad capitalista actual.
Espero
que el lector haya percibido el interesante matiz. La píldora roja (los rojos)
nos lleva a la liberación auténtica. En cambio, la píldora azul (los
franquistas y sus herederos de corbata) nos mantiene en las tradiciones
reaccionarias, la disciplina, el consumo y la esclavitud.
No
diga que no le han avisado.
Una
última ayuda para su liberación. Agárrese a la contracultura liberadora y
renuncie a la cultura opresiva actual, que es ideología reaccionaria. ¿Qué es
la contracultura? Veamos. Theodore Roszak y Charles Reich argumentaron que la
revolución será cultural porque es la cultura la que condiciona la economía y
la política y no al revés. Por eso hay que cambiar las mentes de la gente. Y
nada mejor que controlar la educación y los medios de comunicación. Algo que el
rojerío ha entendido perfectamente.
Por
cierto, algo que no han entendido los cenizos del Partido Popular. Y si lo han
entendido, peor.