lunes, 4 de junio de 2018

Selectividad para profesores (Archipiélago Orwell)


Carlos SerraMiembro fundador de PLIS. Educación, por favor.
CERCA DE un 80 % de las pruebas de selectividad repartidas en Baleares durante la pasada convocatoria de 2017 contenían faltas de ortografía en los enunciados, preguntas mal planteadas, instrucciones contradictorias, versiones distintas con especificaciones diferentes en una misma pregunta según estuviera expresada en barcelonés o en español, errores de puntuación que hacían que la calificación máxima posible de un examen no pudiera alcanzar el 10, etc.


El coordinador y máximo responsable de estas pruebas hasta el curso pasado, el profesor de la UIB Joan Stela, no pasará a la historia por sus ejercicios de autocrítica. Dada su incapacidad para supervisar pruebas que, año tras año, ponen en evidencia a los supuestos especialistas universitarios de las diferentes disciplinas académicas que las diseñan, la justificación del profesor Stela el curso pasado fue antológica: como consecuencia del desarrollo de la LOMCE, los profesores habían tenido menos tiempo que otros años para preparar las pruebas puesto que hasta navidades no habían estado seguros de que fuera a celebrarse la selectividad. La traducción: a algunos profesionales de la UIB no les bastan seis meses para diseñar sin errores un simple examen.
Quizás esta singular incapacidad para la excelencia nos permita entender por qué uno de cada cuatro alumnos de la UIB abandona los estudios o por qué esta universidad no aparece en el ranking de las 200 mejores del mundo. No hubo disculpas por parte de los zotes responsables de la ignominia (Stela a la cabeza), los mismos para quienes el futuro de los estudiantes de bachillerato es irrelevante, conscientes de que exámenes mal diseñados condicionan las posibilidades de acceso a la carrera deseada.
Tal vez, la ingente labor académica de algunos profesores de la aldea UIB (invitar a apologistas del terrorismo etarra a dar conferencias; homenajear a condenados por la Audiencia Nacional por amenazas de muerte; redactar manifiestos xenófobos de adhesión a proyectos identitarios, excluyentes y supremacistas; organizar la politización de la vida académica de los estudiantes; sustituir programas científicos universales por octavillas propagandísticas territorialistas de corte totalitario) pueda extenuar su capacidad para revisar un examen antes de ponerlo.
Cada año, miles de jóvenes afrontan la selectividad con la ilusión de un porvenir vocacional. A veces, ese proyecto se va al traste por unas décimas en la puntuación final. Que la zancadilla la pongan los propios profesores es una prueba más del desprecio a la enseñanza de quienes más deberían defenderla.