El Mundo, 20 de enero de 2019
En la era del vacío, superadas las contraposiciones metafísicas, Narciso renace con fuerza para liberarnos de toda responsabilidad adulta y disolvernos en la inmediatez de un eslogan, a la velocidad de un tuit. En la escuela de las conversiones al hedonismo inducido, a la literatura Pop y al pensamiento Alicia, al erotismo programado, a la sublimación megalómana de la emoción, a la reivindicación fálica femenina y al Edipo emasculado, al aprobado general y a la socialización sin horizonte, al infantilismo proyectivo y a los automatismos de partido, la libertad de expresión se vigila desde la angustia parapsicótica de los catequistas de la corrección política.
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En la era del pensamiento débil, la Historia no es narración documentada, elaborada por historiadores amantes de su profesión y fieles al relato científico, sino memoria selectiva instituida por comisiones de la verdad, arbitradas por tribunales políticos que podrán sancionar, sin juicio previo, a los responsables de aquellas versiones de la Historia no asimilables a las tesis de la ucronía progre.
En la era del psicopedagogismo, la sexualidad es paido-pornografía sin clasificación por edades, materia curricular (cuadernillos rubio del punto G) en las escuelas, iniciación a la cosificación del cuerpo y la instrumentalización de la psique desde los primeros pasos, fantasías melancoliformes transferidas a la guardería para calcinar definitivamente toda posibilidad de maduración sexual y salud mental.
En la era del constructivismo social, la naturaleza de un gesto, de una aproximación o de una expresión (un piropo) puede ser repertorio del lenguaje del crimen, aureola condenatoria de un titular desde el que la jungla mediática sentencia a perpetuidad, gracias a la presunción de culpabilidad con la que se castiga a la mitad de la población.
En la era del marxismo cultural, la propaganda y la abstinencia intelectual regulan los comportamientos colectivos y organizan la caza de quienes reflexionan sin estribillo sectario.
En la era del progresismo, la expertocracia de psico-burócratas de vocación mesiánica decide que los centros de Educación Especial deben erradicarse del mapa por ser maldad segregadora, desalojando a más de 35.000 alumnos españoles cuyas verdaderas necesidades pretenden aplacar con el anzuelo de la abismática educación inclusiva, modelo único de la educación pública cuyos resultados se valoran siempre desde la bondad de las intenciones por las que se impone, nunca desde la devastación académica que provoca en sus rehenes.